ME ESCRIBE una chica de Instagram. Me dice que le gustan mis pintadas y mi trabajo, pero que existe un aspecto de mà que le inquieta, el de mi antipatriotismo, y que quiere saber mis razones antes de prejuzgarme, porque “no conozco a nadie que no ame a su paÃs”. Cuando he leÃdo esta última frase me he reÃdo mucho y me he acordado de inmediato de mi vecino José Luis, en Lauros, que era el único de mi pueblo que no creÃa en Dios:
–¿De dónde vienes, Basterrechea?
–Del monte, he estado con José Luis.
–¿Con José Luis? ¡Cuidado con ese, que no cree en Dios!
En mi colegio de monjas de Larrondo tampoco me encontré con nadie que no fuera creyente, y fue en el instituto de Txorierri, en Derio, donde conocà a las primeras personas que no creÃan, aparte de José Luis, y ya incontables en la universidad, entre ellos yo, que con los años también dejé de creer en Dios (salvo en Iratxe y mi padre).
La superstición patria y la superstición Dios se parecen tanto que hasta se confunden en el espejo. Carecen de base racional o cientÃfica y han causado y siguen causando millones de muertos, son la deshonra de la humanidad. Supongo que la chica que me mandó el mensaje vivirá en un pueblo muy pequeño como el antiguo mÃo, porque yo sà que conozco a muchas personas que no aman a su paÃs, personas que sienten náuseas ante un tinglado que considera “extranjeros” al 99% de habitantes del planeta y tiende a crear división, ignorancia y antagonismo entre seres humanos. ¿Que somos pocos? ¡Pronto seremos muchos!