HASTA QUÉ punto la patriotería es una fuerza irracional negativa se demostró en el último Mundial, cuando, una vez eliminada España, la prensa patria se volvió a favor de Bélgica, cuyo seleccionado estaba dirigido por el ilerdense Roberto Martínez. Coincidía que Bélgica era, a la vez, el país que acogió a Puigdemont, el demonio de la antiEspaña, detalle que a los diarios deportivos les convino soslayar en este caso. Tuvimos, por tanto, a los diarios patriotas de información general arremetiendo contra Bélgica por dar aire al separatismo, pero luego en sus secciones deportivas apoyando a la selección de Bélgica porque la conducía un español. De este tipo de contradicciones los patriotismos están llenos y se puede decir que hasta consisten en ellas: recuerdo cuánto me sorprendía de pequeño que en mi libro de historia, en la página izquierda, se me contara con tintes dramáticos el arrasamiento de Numancia y el asesinato-traición a Viriato, víctimas de unas gentes tan malas-malísimas como los romanos, pero cómo, en la página derecha, solo unas líneas después, se celebraba que Séneca, Marcial, Quintiliano, Lucano, Adriano, Trajano o Teodosio fueran españoles (aquellos de españoles no tenían nada, como tampoco lo eran Viriato ni los numantinos, pero cada vez que un patriota se pone a escribir historia, te pinta de rojigualdo hasta las hachas de sílex). O sea que, sin tiempo para odiar a los romanos por sus fechorías, jajajaja, ¡los romanos ya éramos nosotros, y por tanto éramos los buenos, como siempre hemos sido! Unas páginas después llegan otros malhechores, los bárbaros, que acaban con nuestra civilización hispanorromana, pero aquí sucede otro tanto: resulta que uno de esos rufianes, Recaredo, se convierte al cristianismo ¡y automáticamente los bárbaros pasan a ser buenos y ahora ya no se llaman bárbaros, sino visigodos! ¡Ya semos visigodos y por tanto gentes bondadosísimas! ¡Qué divertida es la historia y el deporte cuando están contadas por patriotas que pueden prescindir de la verdad y la decencia!