ESCRIBE UNAMUNO en Sobre la tumba de Costa:
Es inútil darle vueltas. Nuestro don es ante todo un don literario, y todo aquí, incluso la filosofía, se convierte en literatura. Nuestros filósofos, a partir de Séneca, son lo que en Francia llaman moralistas. Y si alguna metafísica española tenemos es la mística, y la mística es metafísica imaginativa y sentimental. ¿Es esto malo? ¿Es bueno? Por ahora no lo decido; sólo digo que es así. Y como hay y debe haber una diferenciación del trabajo espiritual, así como del corporal, tanto en los pueblos como en los individuos, a nosotros nos ha tocado esa tarea. En Suiza no pueden desarrollarse grandes marinos. Alemania, v. gr., nos da a Kant, y nosotros le damos a Cervantes.
De este tipo de tonterías esencialistas Unamuno está lleno. Y en la tarea de agrupar dones y talentos según las cajas nacionales, no estaba solo. En 1895, Menéndez Pelayo llegó a justificar la pobreza de la poesía chilena en que Chile era un país fundado por inmigrantes vascos, cuya idiosincrasia es “positiva, práctica, sesuda, poco dada a idealidades”. Poco después de decirlo, comenzó a escribir Gabriela Mistral. Y Vicente Huidobro. Y Pablo Neruda. Y Pablo de Rokha. Y Enrique Lihn. Y Gonzalo Rojas. Y Nicanor Parra. Y Raúl Zurita…