SI NOS diéramos cuenta de la ligereza con que a menudo clasificamos a un grupo humano, bilbaínos, andaluces, alemanes, marroquíes, solo porque hemos visto repetirse un comportamiento en tres o cuatro de sus integrantes; si fuéramos conscientes del escasísimo número de pruebas que necesitamos para asignárselas a toda una comunidad que, además, solo es comunidad en la parte más superficial y azarosa, como es la de haber nacido en unos determinados kilómetros cuadrados, quizá pondríamos la primera piedra para acabar con el racismo, el nacionalismo y el patriotismo, que son términos distintos pero parientes entre sí.