EXISTEN TRES Nerudas políticos: el primero es el anarquista juvenil que escribe “Patria, palabra triste como termómetro o ascensor”; el segundo es el comunista intransigente y nacionalista; el tercero es el hombre desencantado, comunista pero con un tono más suave, después de la revelación de los crímenes de Stalin y de su ruptura con los intelectuales castristas. El peor Neruda, sin duda, es el de la segunda etapa, donde se muestra de un nacionalismo rabioso. Veamos cómo responde a Enrique Bello en una entrevista con fecha de 28 de noviembre de 1952:
Tenemos la influencia de novelistas como Faulkner, llenos de perversidad, o poetas como Eliot, falso místico reaccionario, que dispone de un cielo particular para la nobleza británica. Y no es por casualidad que estos dos escritores reciben el Premio Nobel, coronación y premio que da una sociedad agonizante a sus propios enterradores. Si lee uno las revistas de nuestra América, del Uruguay y de Panamá, se ve la preocupación cosmopolita, el deseo de no dejar número sin mencionar al ideólogo nazi Heidegger, o al destructivo Sartre. Este es el reflejo del cosmopolitismo y de la desnacionalización de los actuales dirigentes de nuestra sociedad criolla. La capa superintelectual se aleja de nuestros problemas y de la lucha del pueblo con sus episodios conmovedores y su grandeza. Vemos revistas, como “Sur” de Buenos Aires, que consagran números enteros a espías internacionales y cosmopolitas.