HACE DIECIOCHO años, al llegar a Madrid, todavía era muy afrancesado por culpa de Pascal, Voltaire, Victor Hugo, Lamartine, Balzac, Dumas, Daudet, Stendhal, Proust, Saint-Exupery y Camus, tanto que hasta hice una pintada, “destruiremos todas las patrias, pero la última Francia”, y escribí otra frase que no llegué a pintar: “No es que España sea un fracaso, sino que Dios necesitó dos intentos para crear Francia”. Hasta me matriculé en una academia de Madrid para aprender francés. Pero tras la elección de Sarkozy como presidente y la posterior repatriación aérea de muchos gitanos rumanos que vivían en Francia, dije basta: ahí se acabó la única pasión que he sentido en mi vida por un país. Hoy españoles y franceses me parecen lo mismo: uno por uno, seres respetables, pero en rebaño algo muy penoso de contemplar.