RECUERDO LA primera vez que me di cuenta de la galofobia que existe en Madrid. No llevaba más de un año en la ciudad cuando se disputó la final del Campeonato del Mundo de fútbol, en julio de 2006, entre las selecciones de Francia e Italia. Iratxe y yo fuimos a ver una pelÃcula a los multicines de PrÃncipe PÃo y a la salida, cuando nos dimos cuenta de que los dos equipos habÃan llegado a la tanda de penaltis, nos quedamos a verlo de pie en una cafeterÃa gigante donde se hallaban lo menos cien personas. Lo que vimos nos dejó espeluznados: aunque en la selección de Francia jugaba Zidane, Ãdolo máximo de la afición del Real Madrid, cada penalti que fallaba un francés era celebrado con delectación por el público madrileño, y cuando terminaron de lanzarse todos y se impuso el equipo italiano, se les dedicó una ovación de varios segundos mientras algunas voces gritaban "que se jodan los gabachos" o "a tomar por el culo franchutes". Iratxe y yo alucinábamos: ¿qué les ha hecho la selección de Francia a esta gente? ¿Estábamos nosotros haciendo el ridÃculo al ver los penaltis sin ponernos a favor de nadie?
Luego, a medida que vas cumpliendo años en Madrid, te das cuenta: esta ciudad está montada contra Francia. El madrileño lo mama cada dÃa. Casi no puedes caminar trescientos metros por el centro sin encontrarte a cada paso una estatua, un arco de triunfo o una placa conmemorativa del mayo de 1808 o de la Guerra de la Independencia. ¿Pensáis que los poderes públicos hacen algo para mitigar este sentimiento? ¿Pensáis que se le ha ocurrido a alguien que ya es hora de olvidar y perdonar lo que pasó hace 200 años? Qué va: cuando el estado toma a su cargo la asignatura de historia y la función de levantar monumentos o poner nombres a las calles, los utiliza como herramienta para que se fortalezca el "nosotros" y el "ellos"; la estructura de Madrid está montada para conservar el agravio como sea, calle por calle, año tras año, siglo tras siglo.