CUÁNTAS VECES escuché decir en Vizcaya que ETA solo era un pequeño tumor para España, que la independencia de Euskadi sería un hecho si, en lugar de matar a cincuenta personas, se mataran a cinco mil cada año. Y cuántas veces he escuchado decir en Madrid que el problema de España es que el poder central siempre fue demasiado bueno y tolerante con los regionalismos y las demás lenguas españolas, en lugar de haberse comportado como los franceses, que llegaron a encarcelar, pasar a bayoneta o hasta deportar a pueblos enteros para uniformar Francia con una lengua y proyecto comunes. Si nos hubiéramos comportado como los franceses, te dicen, ¡se habrían enterado los nacionalistas de lo que vale un peine! Ante semejantes barbaridades, reconozco que me quedo un momento sin saber qué decir, estatua de sal como la mujer de Lot, paralizada ante pruebas tan transparentes de que los monoteísmos territoriales son anti-persona, son estructuras a las que les molestan las personas. Pero al fin reacciono: oye, les digo, ¿quién pone los muertos, deportados y encarcelados que necesitáis para conseguir vuestros objetivos, lo mismo de independencia que de uniformidad nacional? ¿Os ofrecéis vosotros mismos como voluntarios, junto con vuestros padres, vuestros hijos y vuestros hermanos?