AQUÍ MANDAMOS NOSOTROS Y ESTAMOS ENCANTADOS DE HABERNOS CONOCIDO: en eso consiste un estado-nación. Aquí se considera que Baroja es más importante que Proust, que Galdós es más importante que Dostoyevski, aquí solo damos noticias de los cuatro o cinco deportes donde los españoles ganan, aquí hacemos creer a los niños que Pau Gasol es mejor que Lebron James y Mireia Belmonte mejor que Katie Ledecky, aquí sabemos más de Viriato que del Imperio Romano, más de la batalla de Guadalete que de Waterloo, aquí después de veinte años en las aulas no te han enseñado más idioma que el castellano, aquí se van eliminando la filosofía y la literatura universal del bachillerato, aquí se abren los telediarios públicos con titulares bochornosos como “ningún español entre los 557 muertos tras caer un Boeing en Surinam”; aquí, en definitiva, en pleno siglo XXI de Internet, vuelos ultrarrápidos y Google Translate, seguimos pensando que la ética y la excelencia dependen de los kilómetros cuadrados donde hayas nacido. En eso consiste un estado-nación, no me refiero solo al de España: es puro nosotrismo analfabeto que, en su versión más leve, consiste en generar indiferencia o desconocimiento sobre el resto del mundo y, en su versión más grave, puede llegar al desprecio o la confrontación con los demás, a quienes se llama extranjeros. El estado-nación no te enseña aquello que nos une a todos los seres humanos, sino sobre todo aquello que nos separa, con el fin de garantizar la frontera y fortalecer el rebaño. Pues bien: en vez de tratar de destruir el que sufrimos o luchar para hacerlo presentable, los independentistas catalanes quieren construir otro monstruo ombliguista y antidemocrático como ese.