Hace unos años se celebró en Portugal el Festival de Eurovisión. Comoquiera que en el festival hubo muchos gays y mucha reivindicación LGTBI, la red se llenó de mensajes en el mismo sentido:
—No, si al final tendremos que pedir perdón por ser heterosexuales.
Por la misma época se publicaron en la red unas fotografías que deberían ser de lo más normales: un grupo de negros disfrutaba bañándose en una piscina pública. Sin embargo, las fotos se hicieron virales enseguida y sacaron lo peor de algunos euroblancos:
—¡Ya nos gustaría a los blancos pegarnos la vida que se pegan los negros en España!
Más. Existe una frase que-no-falla en las calles de Madrid, multiplicada por cinco desde la revuelta de los indepes catalanes:
—¡Es que no se va a poder celebrar a España en la propia España!
Esta frase, pronunciada por un vasco o un catalán, podría tener mucho sentido en algunos casos particulares, porque tanto en Euskadi como en Catalunya existe una presión de la mayoría social que hace que la españolidad no se muestre en muchas ocasiones con la misma efusión que la vasquidad o la catalanidad. Pero en Madrid esta frase no tiene ningún sentido, NINGUNO, porque entre casi siete millones de madrileños solo se conoce a UNO que se haya declarado antiespañol por oral y por escrito, y además vive apartado con sus tres gatos.
A esto lo llamo el miedo a perder la unanimidad. El blanco, el hetero, el español, tras una historia de abusos y dominios hegemónicos, al ver que asoman la cabeza minorías que solo son eso, minorías, sobrerreaccionan: si las estadísticas dicen que en España hay un 2’4% de africanos y un 6’9% de gays, aparte de un 0’00000001% de antiespañoles en Madrid, ellos ven negros por todas partes, ven gays por todas partes, “ya son más que nosotros”, ven antiespañoles hasta en Madrid (antes verás un OVNI).
Tienen miedo. No están preparados para compartir el espacio, comprender otros relatos, tolerar otros sentidos comunes, ceder los privilegios.