YO SOY el primero que ha escrito que no se puede ser antirracista y antifascista sin ser además antiespañol. Y soy el primero que ha añadido en las lÃneas siguientes que eso que llamáis pueblos, sean vascos o catalanes o kurdos o escoceses, son la misma cárcel para el individuo que las naciones, la misma sujeción a unos motivos turbios basados en la casualidad de los metros cuadrados donde has nacido.
Y no me he quedado quieto: yo he fundado el antimovimiento Tresgatista, también conocido como Soligatista, que consiste en rodearse de ronroneos y bigotes en un lugar cerrado para explorar al máximo la individualidad, una vez que comprobé que los grupos anulaban la mayor parte de mis potencialidades. Pero pensando en los millones de muertos que han causado las naciones, los pueblos, las religiones y las ideologÃas, me pareció que no debÃa de hacer prosélitos para mi causa, pues, ¿quién me asegura que un antinosotrismo tan feroz como el mÃo, si colonizara otras mentes y llegara a forjar sistema y catecismo, no se convertirÃa también en otro error sangriento?
No soy un pescador de hombres, solo un palabrista que pasa el arel cada dÃa a su montonera de palabras. Si son una estupidez, qué importa que se olviden; si no lo son, que se abran paso ellas solas, rectas o torcidas, sin más violencia que el calor con que fueron escritas. En cuanto a la obesidad de mi ego, la mejor dieta es la indiferencia de mis tres gatos cada vez que escribo algo que me hace mirar al horizonte.
No hacer más daño que el que causan los filos mal cortados de algunas de mis palabras es algo que me consuela, y por eso me sorprende tanto que se me ataque con elogios. Se me ha llamado inocuo y lo agradezco. Se me ha llamado bufón y me he llenado de orgullo. Se me ha dicho que soy un tigre de papel: ni mi mayor partidario podrÃa decirme jamás algo tan hermoso.